MAN. por Roger Loayza
26 de enero
Por Roger Loayza
La primera vez que escuché hablar de una derrame de petróleo fue a fines de los años 80 con el caso de #ExxonValdez (Alaska, 1989). Me acuerdo de haber leído la noticia en el corcho de “current events” que había fuera del salón y lo difícil que me fue digerir que en inglés se utilizara un término como “spill” para hablar de una catástrofe de semejante magnitud. Para mi “spill” era lo que pasaba cuando se rebalsaba mi vaso de agua, y ahora -mientras escribo esto- pienso si quizá hasta la elección de esa palabra tenga relación con nuestro aparente esfuerzo constante por minimizar nuestros ataques hacia el planeta.
Lo sucedido en #Ventanilla es una historia que se viene repitiendo hace décadas.
Mientras buscaba la foto de la campaña de #Benetton con la que ilustro este escrito (Ave cubierta en petróleo en Kuwait, #SteveMcCurry, 1992), de casualidad encontré un post mío de mi época de bloggero donde figura la misma imagen, y donde la noticia que me llevó a utilizarla había sido el derrame de #BritishPetroleum en el Golfo de México en el año 2010. Cada vez que sucede una de estas tragedias -sea en cualquier parte del mundo- la sensación que me invade es la misma, una mezcla de gran tristeza y de mucha culpa.
La indignación se ha hecho sentir en las redes sociales de los peruanos como pocas veces se ha visto ante un evento de esta naturaleza (parece que le hubieran robado un gol a la selección de fútbol) algo que me parece positivo, ya que el denunciar un acto criminal -porque eso es lo que es- es un importante primer paso.
Los reclamos al gobierno por su inicial ausencia y posterior ineficiencia para enfrentar la situación, y el shock por la falta de compromiso, ética y responsabilidad de #REPSOL son los “highlights” de cuanto post, story y tweet circula. En aras de hacer sentir su repudio hacia REPSOL, hasta he visto el nacimiento de campañas de boicot a sus estaciones de servicio y tiendas, lo cual siento es la reacción inicial natural de cualquiera, pero a la vez me hace pensar en lo poco que comprendemos de lo que está sucediendo realmente. Como diría mi amiga Natalie “bless them”, aunque en este caso sería “bless us”.
Boicotear la gasolina de las estaciones de REPSOL es una acción casi tierna de lo naïf que resulta, ya que significa ir a comprar la gasolina de otra empresa petrolera que si no ha cometido el mismo crimen hasta ahora, probablemente lo cometa proximamente. Cuando dije en unos párrafos más arriba que sentía culpa, me refería a eso. Si bien yo no manejo ni tengo un auto, muchas de las cosas que necesito hacer a diario dependen de algún medio de transporte que utiliza gasolina, haciéndome partícipe de este contrato donde estamos dispuestos a exponer nuestras vidas y a nuestros ecosistemas a la muerte con tal de recurrir a esta fuente de energía tan perjudicial. Un contrato que me recuerda a “#DontLookUp”, una película que no puedo parar de recomendar.
Como consumidores de petróleo y sus derivados todos tenemos un grado de responsabilidad cuando pasan estas cosas, no vale deslindarse y simplemente señalar a los responsables directos. Esta es una industria a la que todos estamos fomentando con nuestras actividades diarias hasta que presionemos a nuestros gobiernos a buscar alternativas menos peligrosas y perjudiciales, fuentes de energía renovable y no una que no sólo produce este tipo de accidentes cada cierto tiempo, sino que también contamina el aire que respiramos y que al quemarse contribuye con el calentamiento global. Estamos espantados con lo sucedido esta semana en Lima y es tan sólo un pequeño fragmento del amplio espectro de daño que le genera al planeta la industria petrolera. La reacción de los limeños vuelve a hacer eco de cómo sólo se involucran con preocupación por un problema de esta naturaleza si es que sucede cerca a casa y cómo se ignora la serie de accidentes que hay de manera continúa en la selva peruana desde hace años, donde en muchas ocasiones sus habitantes y defensores son tildados de opositores al “progreso” por aquellos mismos que hoy se indignan. Un desastre ecológico, sea donde sea, es un ataque a la humanidad y a todos los habitantes del planeta que nos acompañan que se ven arrastrados en este tipo de tragedias por culpa de nuestra ambición. Lamentablemente más nos mueve y motiva la codicia que querer cuidar nuestro medio ambiente y ese es uno de los mayores problemas que enfrentamos cuando de carburantes fósiles se habla.
Como hemos sido testigos en varias ocasiones, el dinero y poder que rodea a esta industria -que hasta guerras genera- hace que quienes participan de ella directamente se sientan blindados e inmunes ante cualquier crítica. Lo hemos visto esta semana cuando una representante de REPSOL declaró que la empresa no se sentía responsable por lo sucedido -con un descaro y falta de diplomacia que han generado un PR faux pas for the books- amparándose en que habían consultado con la Marina de Guerra del Perú antes de continuar con sus actividades pese al peligro que significaba el oleaje anómalo producido por el volcán de Tonga, oleaje que luego fue desmentido por un grupo de veleristas profesionales. Para mi esto es nuevamente un claro ejemplo del egoísmo e informalidad que reina en cada átomo de este país. Siempre se busca un “loophole” por donde meterse para luego salirse con la suya, y en caso de ser puesto en evidencia, tener un as bajo la manga para salir airoso de la situación. En otras palabras, el criterio propio de la empresa no existe, y en vez de postergar sus actividades para retomarlas en una atmósfera menos riesgosa -si hubiera sido el caso- decidieron continuar porque por cualquier cosa podían culpar a la Marina de Guerra. Este tipo de actitudes están tan arraigadas en nuestra sociedad que me es inevitable trazar su origen en las enseñanzas religiosas que dominan en el #Perú, donde luego de cometer algún acto de mala fe todo se soluciona con una confesión y una serie de rezos, confiando en una siguiente oportunidad. En este caso los rezos vendrían a ser las sanciones impuestas por las entidades fiscalizadoras como la #OEFA (Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental) pero que, como hemos visto en muchas ocasiones, son ignoradas sin vergüenza alguna mientras su severidad también se va diluyendo con cambios en las leyes, como me hizo notar mi amiga Valerie con el caso del llamado “#PaquetazoAmbiental” (artículo 19 de la #Ley30230). Lo que se estableció con esta ley era que ante una infracción las sanciones se redujeran al 50% de lo que correspondería normalmente pero recién en segunda instancia, ya que se deber priorizar el cumplir con medidas correctivas (descontaminación de ríos, reforestación, etc.) antes de recurrir a una sanción monetaria. El resultado de lo que en teoría podría haber funcionado como una medida “educadora” terminó convirtiéndose en una nueva oportunidad para abusar del sistema, donde cometer la infracción y luego intentar resarcir el daño resulta más económico y rápido que pagar la sanción, algo así como esa terrible frase “es mejor pedir perdón que pedir permiso”.
Cuando hablé de blindaje no exageraba. Basta ver el caso de #StevenDonziger (@stevendonziger) quien hoy cumple 901 días de arresto domiciliario luego de la contrademanda que le hiciera Chevron. Donziger es el célebre abogado de 30,000 habitantes de la selva ecuatoriana, precisamente de la zona de #LagoAgrio, quienes se vieron perjudicados por la empresa #Chevron (entonces #Texaco) por la extracción de petróleo en esa zona desde la década de los 70. Los daños eran los de esperarse: ríos contaminados por arrojar galones de agua tóxica y residuos de petróleo, deterioro en la salud de los pobladores locales, la aparición de enfermedades congénitas y restos de mercurio y benceno que permanecieron en el ambiente luego de varias décadas. El juicio inicialmente se iba a dar en #NuevaYork pero a pedido de Chevron fue trasladado a la corte de Ecuador. Luego de años de batalla legal, Donziger ganó el juicio para los indígenas ecuatorianos, consiguiendo una sanción monetaria para Chevron de 19.5 billones de dólares. Luego la sanción se vio reducida a 9.5 billones de dólares, pero poca importancia tiene este dato porque luego del veredicto la empresa decidió retirarse del país y hasta ahora no ha hecho ningún tipo de pago. En su lugar, han desatado una guerra en contra de Steven Donziger, logrando una serie de “atropellos” legales que han sido descritos como “sin precedentes” por los pocos medios de comunicación que le han prestado atención a este caso. Ha sido notoría la ausencia de la historia en las cadenas principales de noticias o la ambigüedad con la que se le ha tratado en algunos medios escritos importantes que, como era de suponer, son el atril publicitario habitual de Chevron. La historia se vuelve más siniestra cuando se supo que dos de los jueces involucrados tienen vínculos comprobados con la empresa petrolera y el último escándalo ha sido -al mejor estilo de la serie “#Succession”- la nominación como juez federal de #JenniferRearden por el presidente norteamericano #JoeBiden. Rearden formó parte del equipo de abogados que defendió a Chevron en este juicio. La situación es bastante surrealista, según entendí cuando empecé a seguir a Steven Donziger en Instagram (llegué a él gracias al inagotable defensor del medio ambiente y los derechos de los animales, #AlexiLubomirski, el reconocido fotógrafo de modas), no sé le permitió defenderse a sí mismo pese a ser abogado, adicionalmente no sólo está bajo arresto domiciliario sino que esta próximo a ser condenado a cumplir 6 meses de prisión por desacato a la corte al rechazar la orden del juez de entregar sus computadoras y celulares para que Chevron pudiera examinarlos en busca de evidencia de que hubo fraude en la corte ecuatoriana (la razón de la contrademanda). Más allá del desenlace de esta historia, la petrolera está enviando un mensaje contundente a cualquiera que decida hacerles frente en el futuro.
Si bien el hecho de que estas empresas se vieran obligadas a pagar las sanciones correspondientes nos darían un cierto grado de satisfacción y nos reintegrarían momentáneamente la ilusión de que la justicia existe, esas sanciones no son suficientes cuando se toma en cuenta que lo que han hecho es un daño irreparable, con vidas perdidas e irreemplazables. Las imágenes de los animales afectados por el derrame de Ventanilla son una aparición recurrente en mi cabeza y no paro de pensar la cantidad de víctimas colaterales que cobra nuestra existencia en este planeta día a día, lo ciegos que somos y lo desconcertante que me resulta leer a quienes queriendo contagiar su sentido de urgencia escriben “defiende el mar de donde viene tu ceviche”. Ya basta de que aquello por lo que decidimos preocuparnos o defender se vea condicionado sólo por que representa un beneficio para nosotros, esa manera de pensar sólo nos acerca más a la señora de REPSOL.
Si bien felicito que la la población se indigne al ver a tantos animales al muriendo a causa de esta catástrofe ambiental, sí me gustaría que pudieran extender esta empatía de una manera constante, y que comprendan que sus hábitos diarios causan más daño aún a la fauna marina que este derrame de petróleo. Adicionalmente a la manera como depredamos nuestros océanos por la industria pesquera, los métodos utilizados significan la muerte de muchos animales que ni siquiera tienen valor en el mercado alimenticio. De acuerdo a un artículo del año 2018 de Stuart Winter para el diario #Express de #GranBretaña, se sabe que en el Perú quedan atrapadas anualmente unas 5,828 tortugas debido a la pesca industrial, de las cuales más del 50% terminan muertas (el resto son devueltas al mar heridas en muchos casos). Esta información resulta aún más alarmante cuando tomamos en cuenta que dos de las especies en peligro inminente de extinción habitan la costa sudamericana del Pacífico: la tortuga carey y la tortuga laúd. No son sólo las tortugas las víctimas de la pesca, también hay delfines, tiburones y demás criaturas cuyas vidas se ven interrumpidas por engreir a nuestras papilas gustativas por unos segundos. Según estableció el Profesor Brendan Godley del Centro para la Ecología y Conservación de la Universidad de Exeter al mismo medio, tampoco es sólo la pesca industrial de embarcaciones grandes la culpable, la pesca por parte de barcos chicos es igual de peligrosa ya que existen en mayor cantidad. Se estima que en conjunto se atrapan 38 millones de toneladas de criaturas marinas como “pesca colateral” cada año.
Cue: “Man” de Steve Cutts.