Por: Manuel Bartra, director legal de ARBA.

¨Mientras los hombres sigan masacrando a sus hermanos los animales, reinará en la tierra la guerra y el sufrimiento, y se matarán unos a otros; pues aquel que siembra dolor y muerte, no podrá cosechar alegría, paz, ni amor¨. (Pitágoras)

El 1 de mayo se celebra el ¨día internacional de los trabajadores¨. En realidad es un fecha que conmemora el drama histórico y la lucha de los trabajadores para lograr mejores condiciones de trabajo, es decir, una mejor calidad de vida.

Aunque el movimiento obrero obtuvo notables conquistas -que hoy el resto de trabajadores disfrutamos- como la jornada de trabajo de 8 horas (en lugar de 10, 12 ó 14 horas al día como era antes), aún se arrastran condiciones de precariedad.

Quizás uno de los trabajos más sufridos es el de carnícero de la industria ganadera. Trozadores de cádaveres, asesinos en serie de animales en pánico, verdugos modernos. Son quiénes ocupan -acaso- una de los puestos más duros y violentos del mercado laboral.

Generalmente perciben una remuneración mínima por varias horas al día descuartizando seres sensibles y aterrorizados. El baño de sangre paga mal y poco. Sueldos de hambre por jornadas de matanza indiscriminada, que -día a día- se repiten sistemáticamente.

Es un trabajo tan brutal y que exige (o produce inevitablemente) una pérdida creciente de compasión por el sufrimiento ajeno, que según ciertos estudios médicos, existe una correlación entre este tipo de trabajo, problemas de salud mental, e incluso una tendencia a cometer delitos violentos.

Como es lógico, a medida que uno se acostumbra a derramar sangre entre alaridos y muerte, algo en uno se quiebra o se pierde, a veces, sin retorno. No obstante, la industria cárnica persiste en asignarles esa labor -el trabajo sucio- para seguir engordando sus ganancias. Todo un sistema perverso de lucro, que se sostiene tanto a costa del bienestar y de la vida de los animales que explotan y mandan matar, así como del propio bienestar de sus trabajadores.

Finalmente, se trata de un negocio con explotación en diferentes frentes: animales, trabajadores, e incluso del recurso hídrico y también el medio ambiente, que sufren -en simultáneo- por la codicia de la ganadería intensiva.

Toca pues que sus distintas víctimas se unan: trabajadores, animalistas y ecologistas -hagamos fuerza común- y, tal como hizo el movimiento obrero internacional hace unos 150 años, luchemos juntos contra un mismo adversario. Unidos, siempre, seremos más fuertes y tendremos mayor poder de negociación para ir transformando -ojalá más pronto que tarde- este sistema cruel, injusto y explotador.